miércoles, 28 de septiembre de 2011

28.09.2011

{LOS OTROS DíAS} 



¿Cando nos equilibraremos?

Logo de lles escribir onte a cerca dese undécimo posto na lista dos máis ricos do continente europeu ó que rebaixaron ó noso Amancio Ortega, quedéime a cismar no moito que cambiou o mundo dende a miña nenez.
Daquela había un desprezo manifesto cara os novos ricos. Entón, o noso imaxinario colectivo conformabase a partires de reflexións e ensinanzas que se suscitaban dende moi diversas posicións e perspectivas. Dende a derradeira páxina do TBO, na que campaba ó seu aire a inefable Familia Ulises, ata os púlpitos -dende os que se recomendaba a probeza, se aconsellaba saber canto menos millor- pasando polos convencionalismos sociais que adoitaba definilos, ós novos ricos, coma animais con diñeiro, bestas que non souberan facer namáis que cartos, escoria zafia e brután que millor era manter arredada.
Eu non pretendía ir por aí, pero é que a cousa da pra ser tratada. Recordo, na Pontevedra da miña adolescencia, o escándalo que supuña o feito de que, as señoras pertencentes a iso que se compendiaba na expresión los-de-Pontevedra-de-toda-la-vida, se poideran tropezar no Casino coa súa peluqueira ou co hortera dunha tenda de tecidos. ¡Esto-antes-no-pasaba-no-se-a-dónde-llegaremos-de-seguir-así-las-cosas! Exclamaban compunxidas as ilustres damas, netas de xentes que chegaran á cidade vendendo alpargatas de esparto. Como todos, máis ou menos. ¡Ouh, qué tempos! As peluqueiras, entón, como lles eran rexeitadas as solicitudes de ingreso como socias do Casino, presentabanas no de Vilagarcía, que dispoña de intercambio, e entraban por-la-puerta-falsa. Ah, qué marabilla! Eran tempos groriosos. Na Alameda, o costume, adxudicaralles ás clases sociais os distintos paseos polos que circular mentres, no palco da música, a banda municipal se afanaba nas mañás dominicais. E todo pola canle establecida. O Casino prós do Casino, o Mercantil prós do Mercantil e así seguido en escala descendente. Nada que ver coa cultura do self-made-man na que agora estamos instalados.
Sucede que tampouco hai que se pasar, chegados a este punto, poisque xa nos chegou cando estivemos no que recordo e cito. Cando nos equilibraremos dunha vez? Nin aquela cultura dominante, señoritil e serodia, a das vellas e casposas e pretendidamente aristocráticas familias, nin esta que oscila entre as dos autores das grandes, imensas fortunas, e os gurús da cutrería supostamente progre, composta de tanto chiquilicuatre con infulas intelectualoides, de tanto indocumentado, que ten prensada á dos integrantes da maioría de cidadáns interesados en vivir e deixar vivir, respectar e seren respectados, facendoo en paz e disfrutando cada un das súas cousiñas sen lastimar ós outros.

LA PRÁCTICAS SEXUALES EN PÚBLICO

Retozar a gusto, pero sin alamedas

Cabe preguntarse qué sistema de valores está empezando a florecer sin que nos estemos dando cuenta

Martes, 27 de septiembre del 2011

Alfredo Condeescritor
Deambuló este verano por los circuitos habituales y por alguna cadena de televisión la visión de una torre del castillo navarro de Olite. Torre de la que no se aclara si será o no la del homenaje, pero que merecer, merecería serlo. El ojo del espectador, gracias a los del no se sabe si avispado o avisado cámara aficionado, tropieza, en pocos segundos, a través de murallas y otras torres interpuestas, con la redonda y almenada torre en la que un señor calvo y no se diría que orondo, aunque parecer pudiera parecerlo, con absoluta serenidad y calma, sin apasionamientos previos, pero eficaz y a todas luces concienzudamente, sin especificación ninguna acerca de la hora en la que se esté llevando a cabo la faena, a plena luz del día, eso sí, está haciendo bueno el ripio de que sean o no las cinco en este mismo instante te la hinco.
¿Quién es y a quién se la hinca? El señor no será capitán, pero sí debe ser un trueno a juzgar por la serenidad pasmosa con la que afronta el trance, y ella no será Sigrid, pero es rubia y se debruza entre dos almenas. A ella se la hinca mientras ella gesticula, ora como si rezase, ora como si clamase al cielo, aunque, hay que decirlo, sin excesivos aspavientos. Se ve que no son del país. Nadie lo diría, al menos en un principio. Permanece él en pie, además de adarga en ristre y ayuno de galgo corredor, mientras le ofrece ella la popa, en posición que incita a navegaciones bajo superficie y se apoya, como ya se dijo, en el vano existente entre dos almenas de la torre.
Sigrid, quiere decirse, la recipiendaria de los afanes del señor ya que no orondo sí calvo, ya que no capitán sí algo trueno, es la alcaldesa de un ayuntamiento belga con mayoría flamenca. El polvo, muy flamenco, si no fue de altura -que sí lo fue si consideramos dónde fue llevado a cabo, allá arriba los encaramados-, lo está siendo. Alguien colocó en internet el vídeo tan furtivamente filmado y sus imágenes están dando la vuelta al mundo, ante la hilaridad de no pocos y la hipocresía de bastantes.
Según los más, se trata de un escándalo y la alcaldesa debiera dimitir de sus funciones. Echando mano de las palabras finales de un conocido texto gallego que le valió la excomunión a su autor y que libremente se traduce para ustedes: «…si este es el mundo que Yo hice, ¡que el diablo me lleve!». Nadie, que sepa y al menos hasta el momento, ha condenado al hijo de mala madre que sorprendió a la pareja en situación tan íntima y que, en vez de apartar la vista con discreción y mirar para otro lado, ha inducido al voyeurismo a una parte importante de la doliente humanidad.
Hasta ahora, cuando un mirón que no lo era sorprendía a alguien haciendo el amor en una junquera, robledal, playa o insólito lugar en el que le pillasen esas ganas que todos conocemos y que, cuando aprietan, lo hacen de verdad , de forma que ni los más sagrados lugares se respetan, miraba discretamente hacia otro lado y como mucho decía «huy, perdón» en voz muy baja y mientras se alejaba. Ahora no. Ahora lo graba y lo emite en internet para que todo el mundo pida que la alcaldesa dimita. El mundo está cambiado.
A mayor abundamiento, en una localidad andaluza andan los ciudadanos buscando soluciones y no se les ha ocurrido mejor cosa que pintar el pueblo de color rosa y proclamarse, en caso de aprobación por referendo, la primera ciudad gay del mundo en franca competencia con urbes que no será necesario citar por ser de todos conocidas. Hasta ahí pudiera ser de recibo el asunto de albergar amores hasta hace poco considerados aberraciones, porque está visto que no tenemos remedio. El problema es, pudiera serlo, que, en el paroxismo del deseo y de la imaginación desbordada se ha visto en televisión a un señor muy serio exponiendo el diseño de la nueva realidad que surgiría: aquí la Alameda Oral, la Alameda Anal allá, la Alameda del 69 acullá, y así sucesivamente denominados los bucólicos y arbolados lugares en los que poder retozar a gusto. ¿Será mucho pedir una torre del homenaje en la que los que se teme que pronto empiecen a ser discriminados en razón de su heterosexualidad puedan retozar sin que ningún mamón los filme? No se sabe si el mundo está muy mal, pero sí se puede convenir, al menos, en que sí está muy cambiado.
El árbol ya está en la semilla, dicen los textos ocultistas. Cabe preguntarse qué semillas se están sembrando y qué sistema de valores empieza a florecer sin que nos estemos dando cuenta. Retocen a su gusto hetero y homosexuales, háganlo sin alardes, como se ha venido haciendo desde que el mundo es mundo, salvo en conocidas y constatables excepciones, pero evítense las alamedas. Salvo casos de intoxicación etílica o de otra índole, nadie se pone a orinar en medio de la calle, sino que, en caso de extremo apuro, se echa a un lado, busca una esquina o un muro algo apartado y da allí rienda suelta a sus fluidos corporales. ¡Follar en lo alto de una torre! ¡Hay que j…! Y que eso sea noticia al tiempo que la de la propuesta de las alamedas orales, anales y excuso decir fecales, pues los cropófilos también echarán su cuarto a espadas y son igualmente criaturillas del Señor, es señal de que ya no tenemos nada mejor que decir o, lo que sería peor, que ya está dicho todo. A no ser que, claro, haya sido cosa del verano. Escritor.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Hoy va de anuncios




{LOS OTROS DíAS}


Hoy va de anuncios

A VECES les escribo a ustedes sobre televisión pese a no ser, ni mucho menos, el Rey del Mando. Y eso que viviendo como vivo solo -los más de mis días, que alguno no; quede claro, Mirandolina- podría convertirme en ello. Sin embargo me limito a poner películas, al final del día, cuando leer y escribir ya han dejado de ser un gozo.
Un gozo como el de los futbolistas que disfrutan con su profesión y que no por ello dejan de sufrir golpes, zancadillas, patadas e, incluso, lo qué son los tiempos, dedos introducidos en sus ojos, patadas en lo que discretamente llamaremos cajas de cambios... y por ahí a un lado y otro de sus anatomías e incluso de sus cerebros más o menos dotados para actividades que lo sean las propias; que igualmente claro. Cuando les hablo de televisión suelo referirme a los anuncios que desde ellas se expanden hasta nuestros cerebros, pero también a alguna que otra noticia o película emitida. Hoy va de anuncios.
Hay uno de una conocida marca de cerveza, nada mala por cierto, que está emitiendo una campaña publicitaria de la que no entendía nada. Me refiero a esa en que se afirma y conmina al espectador al convencimiento de que no hay que perder el sur, no hay que olvidarlo y hay que tenerlo muy presente considerando el hecho, hasta ahora incontrovertible, de que no hay dos hemisferios cerebrales, el izquierdo y el derecho, sino y a partir de ahora otros dos, el de arriba y el de abajo, el del norte y el del sur.
Como lección de anatomía humana se me antojaba en exceso complicada y, si lo pensaba a partir de los convenios geográficos establecidos acerca de las coordenadas terrestres, me parecía disparatado y con ganas de buscarle al gato más pies de los que habitualmente tiene. Hoy recibo la explicación que les traslado por si pudiera parecerles de recibo. A mí se me antoja que sí, que sí lo es y tan campante.
Parece ser que otra cerveza, algo amarga y ácida, como a mí me gusta, gallega de nación y fermentada con lúpulo de esta tierra, está invadiendo las tierras que los árabes siguen llamando de Al-Andalus y poco menos que considerando propias, que todo se andará, al menos si se tienen en cuenta el enorme número de propiedades que ya en ella atesoran. La tal y digamos que cerveza nuestra, que ser es de quienes la embotellan y reparten, le está haciendo la cusca a la andaluza copándole gran parte de su mercado; de ahí las recomendaciones geográfico existenciales, cerebro situacionales, y otras melodías inductoras de esas melopeas cerveceras que, por mucho que quise comprobarlo siendo mozo, no obligan necesariamente que el que en ellas se aventure lo haga andando para atrás. En resumen, que si la Alpujarra granadina se repobló con gallegas gentes y si Sevilla fue tomada por tropas también gallegas -pregúntenles a Fernando III el Santo- ahora les enviamos nuestra cerveza que el pueblo, sabio casi siempre, acepta; mientras que la publicidad nos come el coco con problemas que se dirían cerebro vasculares pero que, si afinamos mucho, podríamos decir "vasales". 

jueves, 15 de septiembre de 2011

Fe en el ser humano


*{Leonardo da Vinci}
Fe en el ser humano 


AHORA que ya carezco de ella, podré referirme a la fortaleza corporal que siendo niño nunca creí tener. Como consecuencia de esa falta de fe me pasé horas y horas del recreo dando vueltas en solitario alrededor del campo de fútbol de El Pompeo. El Pompeo, así era como le llamábamos al lugar en el que transcurrían nuestras clases de gimnasia y nuestro tiempo de recreo, durante los años lentos del bachillerato en el que entonces se conocía como el Instituto de El Posío. A fuerza de correr tanto en solitario me acostumbré a competir solo conmigo mismo y tardé tiempo, hasta cuarto de bachillerato, en hacerlo con los otros.

A la vuelta de un verano, sin habérmelo pensado antes y en cuestión de segundos, decidí devolver con un sopapo el golpe que un compañero, habituado a ello, me había propinado con los nudillos de sus dedos en la intersección de los músculos del antebrazo. Fue todo un acontecimiento. Por la tarde, ya en el colegio menor, tuve que enfrentarme a otro de los habituados a colgar en mi cuerpo todos los bofetones que su alto índice de testosterona le indicase. Constituyó otro suceso. A final de curso me quedaron cinco asignaturas y no pude presentarme a las pruebas de reválida del bachillerato elemental. Fue cuando comencé a competir con otros.
Hasta entonces, las dudas sobre mi fortaleza física me habían convertido en un cobarde. Pero a partir de los enfrentamientos con mis antiguos maltratadores y más tarde amigos, empecé a ser considerado un valiente. Sin embargo yo era el mismo ser. Por eso empecé a creer que no somos como nos vemos, ni siquiera como somos, sino como los demás nos ven y nos aceptan. Hasta entonces yo había sido un cobarde.
Realmente nos formamos durante las dos primeras décadas de nuestra vida. Nuestros códigos de conducta dependen de ese tiempo que media entre el nacimiento y la relativa madurez de la juventud. Quizá porque eso sea así como sospecho pensé siempre en cómo llamarles a aquellos que, dudando de su fuerza corporal, son considerados cobardes, pero que dotados de otra fuerza, no sé si llamarle de carácter o de espíritu, no temen a esa soledad que otros tanto temen. ¿Cómo llamarles, valientes?
Desde entonces dudo de la gente gregaria, qué le voy a hacer, de los que buscan en el grupo, en la ovejuna grey, el amparo que su debilidad de espíritu les aconseja buscar. ¿Les llamaremos también cobardes a estos? No lo sé, ni tampoco es esa mi intención.
Tan solo quería dejarles constancia, a ustedes, a los que me siguen día a día, de la opinión que tácitamente se ha ido dibujando en estas líneas acerca de los que se amparan en el grupo y vociferan amparados, cuando no en la masa, en los índices de audiencia, en las tendencias del mercados y en todo cuanto tenga que ver con la ocultación del individuo en la espesa niebla de la masificación y el desamparo de uno mismo. Mi fe en el ser humano, tomado de uno en uno y dependiendo de sus actos. Solo de ellos.
A. Conde

sábado, 13 de agosto de 2011

Zafarrancho de combate

HACE nueve días que se pudo leer en este espacio una frase que no convenció a muchos e irritó a bastantes. "Toda nación es un invento", se afirmaba en ella y, de inmediato, surgieron los comentarios descalificadores. Hubo de todo en ellos. Quizá sea momento de formularnos algunas preguntas; por ejemplo, ¿se trata, una nación, realmente de un invento? ¿Es un convenio, un acuerdo suscrito libre u obligaroriamente por muchos? ¿Es una construcción, una elaboración política realizada a partir de un determinado concepto de soberania? ¿Lo fue así en su momento? ¿Es hoy la soberanía, su concepción, la misma que era a finales del XIX o a comienzos del XX? ¿Lo es cuando no pocas cancillerías europeas se plantean, desde hace años, la conveniencia de suprimir sus embajadas en los países de la UE? ¿Lo es cuando la moneda es común, las relaciones exteriores tienden a homogeneizarse y hay una fuerza militar que se pudiera suponer más o menos europea o al menos en camino de serlo? ¿Hay pueblos y culturas escindidas en naciones diferentes? ¿Una nacion sin estado, es un pueblo o una nación? ¿Un estado con dos lenguas, es una nación o son dos? ¿Son necesarios más estados nación y con ello más policías, más ejércitos, más fronteras?

Se me ocurren algunas preguntas más y, a al lado de cada una de ellas, las posibles respuestas junto con el zafarrancho de combate que se derivaría, de todas y de cada una, tan pronto como fuesen formuladas. Pero pueden ir haciéndolo, cada uno de ustedes individualmente, mejor si olvidan las verdades aprendidas en los lejanos y primeros años de sus vidas para poder ir acercandose a conclusiones de propia elaboración; con independencia de que estas sean coincidentes con aquellas o diverjan por completo. De no hacerlo así, el paisaje resultante sería, mutatis mutandi, al ofrecido en Europa, a partir de mediados del XVI por las consecuencias de La Reforma y las muchas variedades surgidas, desde Lutero hasta Calvino, de una misma realidad cristiana.

Si se decidiesen mis lectores a afrontar tal riesgo les recomendaría que antes leyesen Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia, el libro de Stegan Zweig del que ya hemos hablado aquí. en la traducción que de él hizo Berta Vias Mahou y editado que fue por Acantilado hace un par de años. Se trata de un inmenso momumento a la tolerancia y a la compresión, a la admisión de las ideas del otro y al afán de unir y no dividir en razón de intereses personales, de mantenimiento de los de clase o de un estado de cosas que sólo los espíritus fuertes con capaces de afrontar con la serenidad precisa. ¿Una nación es un invento? ¿Qué és realmente una nación? ¿Podemos vivir en una sin saberlo, o ignorándolo? Léanse el libro, si no lo han hecho ya. Verán que hay paisajes en los que es mejor no aventurarse o hacerlo con el ánimo bien dispuesto.